sábado, 23 de abril de 2016

O R O P E L



Así estuvo...


La voz del bien vestido y alhajado hombre sonaba tranquila, profunda, convincente; acostumbrado a persuadir, u ordenar, me ofreció, o más bien me comunicó: "tengo que embarcarme esta noche, no puedo amanecer acá en Iquitos, te pagaré diez mil dólares"... caramba -pensé casi con pena- es lo que vale mi embarcación con su motor fuera de borda y equipo incluido... "sólo iré yo con una mujer, no le digas nada a tu tripulación, partiremos de madrugada y me dejas en la boca del río Huallaga, ahí termina el trato" continuó... vaya, este gallo sí que está apurado, no creo que se esté robando a la novia, más bien será que se ha robado algo que se cobra con la vida, seguí pensando.

Mi embarcación grácil y de líneas armoniosas parecía fuera de lugar entre las toscas naves de carga y pasajeros que surcaban el río Itaya. Esbelta, pero adecuada para cargar hasta veinte toneladas, se deslizaba como gaviota en raudo vuelo cuando cargada a tope la lanzaba en pos de esas distancias de exuberante verdor en la hermosa selva del departamento Loreto, un entrañable lugar que embriagaba mis sentidos y me hacía desafiar sus peligros cada día. Había aprendido no hacía mucho de los nativos huambisas -cuando anduve por las riberas del río Marañón, en pos del oro que las torrenciales lluvias lavan y arrastran desde las alturas de la Cordillera del Cóndor y el río Cenepa descarga en el Marañón y su cauce-  que la catahua amarilla es la mejor madera para una embarcación ligera, veloz y maniobrable para sortear troncos y otros restos amenazantes que la lluvia intensa desprende y arroja al caudal y fiereza de las aguas, además, con el casco de ana caspi, madera sumamente dura, el bote quedaba resistente y seguro, y contra la creencia de los pueblerinos, la catahua dura bastante en contacto con el agua.

Y de catahua la construí tiempo después allá en Iquitos y en la ribera de otro río, el Itaya. Trasladaba pasajeros y su mercancía entre la ciudad y las pequeñas aldeas a lo largo de este río, hasta llegar a sus últimos confines navegables el mismo día, en menos tiempo que las otras naves que llegaban al día siguiente de su partida. Estaba satisfecho con ella y sólo me preocupaba que su velocidad interesase a algunos indeseables.

Ya me habían advertido en el puerto Belén de Iquitos, mi base de operaciones... "don Jesús, usted ni sabe de dónde lo están mirando, tenga cuidado"... pero dime qué me amenaza, hazme el favor completo, de qué debo cuidarme... "no don Jesús, es suficiente por el respeto que le tengo, pero no debo hablar más". Y sí, era cierto -no se puede hablar de ciertas cosas más de la cuenta en la selva, so pena de represalias muchas veces mortales-  me habían puesto el ojo, a mí por foráneo y aventurero y a mi nave por veloz. Ya había desestimado anteriormente dos propuestas con buena paga por mis servicios: el zarpe siempre de noche y sin conocimiento de las autoridades del puerto. No me decían de qué se trataba, sólo me ofrecían mucho más de lo normal como si fuera tácito que yo comprendiera. Era corriente el tráfico de armas y de drogas al amparo de la noche en embarcaciones como la mía; era corriente también, ser contratados por los traficantes para llevar droga y luego ser intervenidos por la policía corrupta -que estaban en complicidad- para decir a la prensa que luchaban contra el tráfico de estupefacientes, mientras que en otras naves pasaban la droga por toneladas. Ya iban dos veces que me negaba... a la tercera iba la vencida.

Llevaba gafas oscuras de buena calidad, y del cuello le colgaba una gruesa cadena con una más gruesa medalla, lucía en cada mano hermosos anillos y el reloj rivalizaba en belleza y resplandor con la esclava que cerraba su muñeca, joyas todas de oro, esto y su atuendo caro... me estaban anunciando con quién estaba tratando: un próspero capo, en estas tierras de miserable abandono. No me impresionó, los conocía y detestaba por criminales y abusivos, ya me había cruzado con gente de su calaña en otros parajes, siempre he andado armado ya en la sierra o en la selva, y no me andaba con contemplaciones con ellos. Él me observaba fijamente como una boa a su presa, yo no le bajaba la mirada pero me mostraba cortés, no me convenía traslucir mis emociones esta tercera vez, quizás tramaban una celada en complicidad con la policía, o me querían reclutar, lo cierto es que tenía que ganar tiempo para hacer lo que ya había previsto si insistían, así que le dije serenamente que no iba a ser posible, no se trataba de dinero, trabajaba de firme y me ganaba cada centavo sin meterme en problemas con la ley, no se trataba de él ni de nadie en particular, simplemente esa era mi bandera aunque me hiciera pobre o me enterraran con ella, agradecía su propuesta pero no la aceptaba. Me midió en silencio, se siente cuando un hombre te calcula qué tanto lo eres tú; luego, como si me estuviese dando una lección de vida, me soltó una frase que nunca quiero olvidar: "Yo por dinero vendería mi alma al Diablo". Se fue pidiéndome que lo pensara, que regresaría en la tarde por mi respuesta definitiva, yo contesté: "bien, si así lo quieres". Se largó y me pregunté: "qué era yo capaz de vender, para no tener que ver nada con el Diablo"

Y esa misma mañana vendí en el puerto mi bote, embalé mi motor fuera de borda lo mejor que pude y fui con él al aeropuerto a sacar pasaje para otro lugar quizás menos peligroso que el que abandonaba. Saqué mis bártulos de mi posada y cuidando que no me siguieran llegué a un hotel cercano al aeropuerto donde pasé una noche de inquieto sueño. Horas más tarde, por la mañana, llegaba en avión a una ciudad también selvática, Pucallpa, de tierra rojiza y majestuoso río navegable, el Ucayali. De nuevo a comenzar, no sentía amargura, esa frase que el traficante me espetara como un vómito: "Yo por dinero vendería mi alma al Diablo", caló hondo en mi conciencia, reflexionar y desmenuzar su alcance perverso me consoló de haber vendido mi nave, reconocí que gracias a esta frase, cuando en el futuro la vida me tentase con alguno de sus engañosos brillos, tendría bien claro: "Cuánto puedo rechazar, o vender, o perder, con tal de no tener que vender jamás... mi alma al Diablo"


                                                                       F  I  N    

viernes, 8 de abril de 2016

S E N T I M I E N T O T E M P R A N O

                                              S E N T I M I E N T O   T E M P R A N O


Tal cual me sucedió.

Caía la tarde y yo miraba el reloj del aula con impaciencia, el profesor de inglés yacía adormilado en su escritorio, el anciano, o se aburría en su casa, o amaba su profesión y pensaba dar clases hasta morir, ya debería estar jubilado, pero seguía, y más era lo que dormía que lo que enseñaba. En cambio el profesor de historia del Perú, era la muerte y lo esperábamos ansiosos; esta tarde las dos primeras horas fueron con él, fiel a su estilo, comenzó preguntando -como si fuera el tema de su clase- si ya todos le habíamos arrojado la cabeza a los leones, la mayoría nos quedamos pensando qué quería decir, mientras los más grandes sonreían con suficiencia y se lanzaban miraditas cómplices. Así comenzaba su clase de historia el querido profesor, con una clase previa de sexo que esperábamos el salón en pleno con devoción de iniciados. Esta vez, de calculada manera nos enseñó a los más pequeños y los grandes, que nuestro engreído pajarito en algún momento no muy lejano, iba a descabezarse, si no de forma natural, sí con la ayuda de nuestras hábiles manos y fecunda imaginación, para finalizar nos dijo, que si a finales de año algunos aún seguíamos capullo, le avisáramos a nuestros padres para que nos hagan ver por un médico, porque la cabeza tenía que estar libre no sólo por higiene, sino libre de frenos para que no nos duela al momento de la acción, y sobre todo, para que la chica quede gratamente impresionada... ¡Grande el profesor!

¡Por fin sonó el timbre! Soy el primero en salir pero el auxiliar me llama, maldita sea ¡qué carajo querrá ahora que estoy apurado!..."Solís, no me ha traído firmada la esquela que le envié a su padre, ¿quiere que de parte al director?"... Señor, no le puedo dar esa esquela a mi padre porque me va a matar, que le parece si más bien le doy a usted algo más que por las inasistencias y queda ahí ¿sí? ¿cuánto?... "Bueno, son cinco soles pero la próxima no te salvas ¿entendido?"... Si señor, acá tiene, gracias. La bronca de ayer me ha costado cinco soles, alguien le dio el soplo y el auxiliar nos pescó bien trenzados, pero nadie habla mal de mi *ojitos*, porque por ella ¡le saco la mierda al mismo auxiliar!

Salí como un pedo y corrí a darle el encuentro en el paradero. Ya casi es las seis de la tarde, seguro ya se ha ido, si no, pierde el pasaje escolar; en eso la veo, y ella a mí, con sus grandes ojos de fulgor intenso, se hace la que no se da cuenta, pero me sigue con el rabillo del ojo, le sigo el juego y como al descuido le doy el encuentro, me sonríe, y... esos ojos, sueño con ellos y parecen tener vida propia, siento que me dicen que no desespere, que ella me quiere, sino que tiene que poner a prueba mi paciencia, para saber cuánto la quiero yo. Pero ahora estoy despierto y con ella, la noto inquieta, claro, es más de las seis y le van a cobrar pasaje adulto ¿le alcanzará?

Sube apresuradamente, y yo tras ella, procuro no pegarme mucho a su cuerpo en ese ómnibus atestado, es capaz de darme un pellizco. Se acerca el cobrador con cara de pocos amigos, anticipando con su gesto que no hará ninguna concesión aunque le rueguen... ¡Pasajes! La conmina la bestia, y ella, la bella, mi *ojitos* le da su monedita y el ogro... ataca: ¡Ya no hay escolar, son más de las seis, pague su pasaje completo! Ella se cohíbe, no sabe qué hacer, pobre, no tiene más y estoy yo, yo, al que nunca deja que le pague su pasaje, por orgullo creo yo, o porque así la ha prevenido su mamá, la cosa es que en ese momento un señor ya mayor interviene: "yo le presto a la niña, cóbrese", y yo, pienso: ¡no, este salvataje me corresponde a mí y nadie más en este mundo! Y clavando mi mirada en esa generosa persona, y con la voz más gruesa que puedo sacar, le digo: señor muchas gracias pero yo le pago el pasaje a ella. Él, me mira sonriendo y se hace a un lado... seguro se acordaba de sus tiempos idos.

Hicimos el trayecto en silencio, pero su mirada brillaba agradecida cuando en cada frenada del carro me inclinaba hacia ella y la miraba complacido, mientras le pedía a Dios, que todos los días que viajase conmigo... le faltara para su pasaje. Por fin llegamos al paradero en que tácitamente de acuerdo nos bajábamos, estábamos a varias calles de su casa, y emprendíamos el camino lentamente. Le pregunté por qué se había hecho tarde, en broma le dije si no habría sido por esperarme a mí, y le conté la demora con el auxiliar y la pelea, se sonrojó, y muy seria me dijo que nadie tenía que hablar de ella porque a nadie le daba confianza, menos a mis amigos, y que no, ni se había dado cuenta si yo llegaba o no. Seguimos caminando y la tomé de la mano, ella como sin darle importancia miró a otro lado, nos acercábamos al portón de una casona antigua en penumbras y la detuve, ella me miró inquieta, yo la tomé delicadamente de los hombros, ella bajó sus lindos ojos y entonces, me le acerqué en cámara lenta para no asustarla, bese sus labios suavemente y con ternura, y emprendimos el camino nuevamente. Ya era tarde y su mamá estaría preocupada, me advirtió, cuando de pronto: ¡¡Rosa!!... Escuchar esa voz -que a mi me sonó con una energía militar- y gemir, más que pronunciar ¡mi mamá!... fue un sólo coro para el drama. Yo me di vuelta con ella mientras suplicante me susurraba... vete Jesús, vete... pero enfrenté respetuosamente a su madre: Señora, comencé a decir... y no me dejó continuar, mirándome de la cabeza a los pies, y de regreso hasta llegar a mis ojos, fulminándome con su mirada me lanzó esta frase, para mí, inolvidable: ¡Miren a este mojón! (En Perú se usa también como sinónimo de caca, pero la buena señora sólo quiso decir que yo aún no valía la pena... o eso me hizo creer, unos años después). Vete, volvió a suplicarme desfalleciente mi amada, vete... y me fui, angustiado por ella, pero diciéndome con la conciencia tranquila: En este día, he acudido en su auxilio dos veces, todo un record, que estoy dispuesto a superar en el futuro, si fuera necesario, que al fin y al cabo... sólo tenemos trece años.

                                                                    F  I  N    

lunes, 4 de abril de 2016

¿DEBATE ELECTORAL?

En Perú, estamos a sólo una semana de elecciones generales, se votará para presidente, congresistas y hasta para representantes al parlamento andino, así con minúscula, porque minúscula es la productividad de sus altos emolumentos.
En consecuencia, ayer domingo se realizó en la noche el primer y único debate entre los candidatos presidenciales, fueron diez los participantes, acomodados por sorteo en duplas para presentarse, exponer y ¿debatir? Cada uno tuvo en el transcurso de los cuatro bloques en que se segmentó el debate 7 minutos de participación: exposición de sus planes de gobierno por 2 minutos, breve intercambio de ponencias y mutuas preguntas por 3 minutos, absolver preguntas de los televidentes por 1 minuto y, despedirse con sus últimos estertores por 1 minuto. Me pregunto cómo es posible exponer, debatir, responder al público y enviar un mensaje a los electores en 7 miserables minutos, qué se puede decir de sustancial para una promesa electoral corriendo contra el segundero, qué pregunta te puede hacer tu contendor para medir tu honestidad y capacidad si sólo tienes un minuto para responder en que te haces el loco y te sales por la tangente por falta de tiempo, lo mismo va para las preguntas del televidente, y del minuto de despedida con que miserablemente termina esta farsa, sólo se escucha generalidades sobre necesidades que tienen larga data.
Ésta, más bien exposición de rostros y pullas, es, claro está, una falta de respeto al elector, porque le está diciendo que es un imbécil que no entiende que está perdiendo su tiempo asistiendo a un simple espectáculo y no, a una necesaria confrontación de ideas para salvar al Perú, y sobre todo, cómo lograr los medios económicos para realizar su visión.
Pero a nadie que tiene voz suficiente y autorizada parece importarle este remedo de debate, no se pronuncian ni periodistas, ni congresistas, ni la liga de los poderosos empresarios, tampoco ninguno de los participantes presidenciables se encadena en la plaza de armas y exige un debate serio partiendo de la estructura del mismo. Pareciera que todos los antes mencionados estuvieran de acuerdo en no exponer públicamente, que para hacer lo que nuestro país necesita para crecer, primero hay que hacer crecer al peruano en su autoestima, y para eso se necesita educarlo concienzudamente para que no mendigue trabajo, sino, venda sus conocimientos por remuneraciones justas tal como justas deben ser las ganancias de los empresarios, pero esto implica, decir de dónde saldrá el dinero para la educación nacional de calidad, qué recortes burocráticos e inútiles hay que guillotinar, qué dádivas fiscales se tienen que cancelar y cuánto es el monto multimillonario que tendrán que devolver a las prioridades del pueblo que es su legítimo dueño.
En conclusión, este espectáculo ha servido para que los medios de comunicación manipulen a la desorientada ciudadanía, atizando con sus comentarios parcializados el temor a quien resulte peligros@ para el festín que nuevamente han programado los poderosos de siempre con los vende patria acostumbrados.


¡Viva el Perú! Mi amada patria.